"¡Mérida es un gran lugar para vivir!" Una frase que decimos con orgullo los que nacimos aquí y los que la han elegido para vivir. La comida, las calles, la arquitectura, la playa, la gente… y mucho más son los motivos que te hacen querer esta ciudad. Si añadimos que ha sido reconocida como una de las ciudades más seguras de México, sobran razones para querer venir y quedarse.
Desde hace varios años la seguridad en Mérida se ha mantenido como un valor añadido a todas las bellezas de la ciudad. Basta checar en medios nacionales e internacionales artículos sobre el tema, recientemente se corroboran con los resultados de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública y Urbana del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) publicados en febrero de este año.
En Mérida puedes salir a la calle tranquilamente en las noches prácticamente en cualquier punto de la ciudad, ya sea en el Centro Histórico, en el norte, en las plazas comerciales y en las carreteras.
A diferencia de otras ciudades del país, es bastante normal ver a gente paseando a sus mascotas en las calles a medianoche, preparándose para ir cenar o bailar hasta la madrugada, saliendo del cine de la última función que suele iniciar entre 10 y 11 de la noche, entre otras actividades de la vida nocturna de la ciudad.
Además, en puntos estratégicos de la ciudad se encuentran agentes de seguridad que vigilan de manera pacífica el tránsito vehicular y están siempre pendientes de lo que suceda.
Otro punto a destacar es que los ciudadanos se cuidan entre sí. Aquí los vecinos se involucran y conocen, hasta grupos en redes sociales existen por colonia o calles, así que pueden detectar y avisar si ven que algo anormal está sucediendo en tu casa.
Aunque suele comentarse medio en broma que puedes dejar tu puerta abierta y tu bicicleta afuera y nadie entrara o se la llevará, mejor sí cierra cuando salgas.
A estas alturas probablemente ya estés asombrado de las ventajas de vivir en Mérida y te aseguro que tú también dirás que es ¡una de las mejores ciudades para vivir!
Por Violeta H. Cantarell